¿Dónde Estás?
Volvamos al principio de todo.
Yo sé, yo sé: hay muchas teorías acerca del principio. Mi intención no es conflictuarnos con ninguna de ellas… por lo menos no en este momento. Así que, ¿te parece si vamos al relato de la creación en Génesis y lo leemos como un poema? De hecho, la narrativa de la creación en su idioma original contiene muchos elementos poéticos.
¿Y por qué la invitación a leerla así?
Porque la poesía no está preocupada por preguntas de origen o veracidad. La poesía no se lee con la mente, se lee con el corazón. Y es así como la historia de Adán y Eva se convierte en mi historia. Su realidad se vuelve mi realidad. Y de pronto le pone lenguaje a preguntas que parecían imposibles de nombrar… porque una vez más, habla a mi corazón, y no a mi intelecto.
La página uno de Génesis pinta un mundo perfecto, sin fallas ni roturas. Un mundo que Dios ve y declara “bueno”. Y es en ese mundo donde Dios crea su cúspide, su obra maestra: el ser humano. En común acuerdo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo dicen:
“Hagamos al ser humano a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza.”
Ese diálogo, en mi opinión, es el más importante de toda nuestra historia. Allí está la base de nuestra identidad.
En el principio, no fuimos definidos por lo que hacíamos, sino por quien nos creó.
Piénsalo. Te reto a presentarte ante un completo desconocido sin recurrir a preguntas como: “¿A qué te dedicas?”, “¿Qué haces?”, “¿En qué trabajas?”.
Y lo entiendo: si te pregunto “¿Quién eres?”, probablemente tu respuesta se inclinaría a describir lo que haces, tus logros o lo que posees… porque de alguna forma hemos logrado ligar nuestra identidad a lo que hacemos.
Pero en el principio —en la página uno de la historia— la humanidad no era definida por logros, títulos o posesiones. Simplemente fuimos creados a la imagen de la comunidad perfecta de un Dios trino para vivir en plena comunión con Él.
Fuimos creados por una comunión de amor perfecto para ser parte de esa comunión de amor perfecto: entre nosotros y Dios, entre nosotros y nuestro propio yo, entre nosotros y los demás, y entre nosotros y la creación.
“Y vio Dios que todo lo que había hecho era bueno.”
Y no solo eso. Hay una frase pequeña en nuestras Biblias que, si la leemos rápido, podría pasar desapercibida. En Génesis capítulo 2, después de la creación del hombre y la mujer, leemos:
“El hombre y su esposa estaban desnudos, pero no sentían vergüenza.”
Esa es nuestra identidad original:
buena, completa, en comunión con Dios… sin vergüenza.
Ese es el reflejo de Él en nosotros.
Una imagen perfecta.
Fuimos creados A Su Imagen.
Pero eso no duró mucho tiempo, ¿cierto? Inserte aquí a la serpiente que habla…
Genesis 3:1-7:
1La serpiente era el más astuto de todos los animales salvajes que el Señor Dios había hecho. Cierto día le preguntó a la mujer:
—¿De veras Dios les dijo que no deben comer del fruto de ninguno de los árboles del huerto?
2—Claro que podemos comer del fruto de los árboles del huerto —contestó la mujer—. 3Es solo del fruto del árbol que está en medio del huerto del que no se nos permite comer. Dios dijo: “No deben comerlo, ni siquiera tocarlo; si lo hacen, morirán”.
4—¡No morirán! —respondió la serpiente a la mujer—. 5Dios sabe que, en cuanto coman del fruto, se les abrirán los ojos y serán como Dios, con el conocimiento del bien y del mal.
6La mujer quedó convencida. Vio que el árbol era hermoso y su fruto parecía delicioso, y quiso la sabiduría que le daría. Así que tomó del fruto y lo comió. Después le dio un poco a su esposo que estaba con ella, y él también comió. 7En ese momento, se les abrieron los ojos, y de pronto sintieron vergüenza por su desnudez. Entonces cosieron hojas de higuera para cubrirse.
Génesis 3:7 dice que, en el momento en que Adán y Eva comieron de aquel fruto, sus ojos fueron abiertos y tomaron conciencia de su desnudez. Eso los llevó a entretejer hojas de higuera para cubrirse. Cuando escuchan a Dios caminar por el jardín, en lugar de correr hacia Él y disfrutar de la plenitud para la que fueron creados, por primera vez en la historia de la humanidad la vergüenza entra, y deciden esconderse.
Y es ahí —escondidos, avergonzados— donde Dios los llama y les hace una pregunta que parece simple, pero no lo es:
¿Dónde estás?
Taylor Staton, en Searching for Enough, sugiere que es en ese momento que la relación perfecta entre Dios, nosotros mismos, los demás y la creación se rompe*.
En cuanto a Dios, de pronto parece distante, incomprensible e indigno de confianza.
En cuanto a nosotros mismos, la inseguridad, la vergüenza y la autoconciencia irrumpen por primera vez.
En cuanto a los demás, lo que antes era amor sin esfuerzo se convierte en competencia, comparación, lucha, defensa propia.
Y en cuanto al mundo, lo que antes cooperaba con nosotros se vuelve hostil; el trabajo se hace difícil; la creación deja de estar de nuestro lado.
La imagen de Dios dejó de reflejarse con claridad.
Adán y Eva dejaron de ver a Dios y enfocaron su corazón, alma, mente y fuerzas en sí mismos… y lo que encontraron fue vergüenza.
Esa es la historia de Adán y Eva; pero si somos honestos, también es la nuestra.
Al querer ser los protagonistas, dejamos de reflejar a Dios en nuestra capacidad de amar, crear, razonar, relacionarnos y vivir con propósito.
Pero es allí —escondidos, avergonzados, cubriéndonos con nuestras propias hojas de higuera— donde Dios pronuncia las palabras que han hecho eco a lo largo de toda la historia humana.
La invitación a regresar a casa.
A regresar a nuestra identidad.
A volver a reflejar la imagen de Dios:
¿Dónde estás?
El resto de la Biblia es un interminable juego de escondidillas —o escondite, escondidas— entre la humanidad y Dios. Un juego que sigue en pie hoy… pero que ya fue ganado en la vida, muerte y resurrección de Jesús.
Él no se cansa de buscarnos.
Y es cuando nos dejamos encontrar que la vida realmente comienza.
Dios nos invita a un viaje de restauración: de nuestra relación con Él, con nosotros mismos, con los demás y con la creación.
La pregunta sigue siendo:
¿Dónde estás?
Y no hablo de si estás camino al trabajo, en la escuela, haciendo tareas o descansando. Esta es una invitación a reflexionar sobre dónde estás en tu relación con Dios, contigo mismo, con los demás y con el mundo.
¿Cómo está tu confianza en Dios?
¿Buscas a Dios o intentas resolver todo por tu cuenta?
¿Descansas en Su fidelidad o te gobierna la ansiedad?
¿Cómo te percibes a ti mismo?
¿Tu identidad está formada por lo que Dios dice sobre ti o por lo que el mundo te ha dicho?
¿Crees que debes hacer más para ser amado, o crees que ya eres suficiente en Jesús?
¿Cómo te relacionas con otros?
¿Perdonas con facilidad?
¿Te comparas?
¿Te escondes?
¿Cómo experimentas el mundo?
¿Lo ves con esperanza o con frustración?
¿Con propósito o simplemente sobrevives?
Estas preguntas nos ayudan a ver dónde estamos y en qué áreas Dios quiere transformarnos.
Este es el propósito de A Su Imagen: redescubrir nuestra verdadera identidad en Dios y reflejar Su imagen en cada aspecto de nuestra vida.
Y no te confundas: este no es un proceso que dependa de nuestro esfuerzo.
Es un viaje iniciado por Dios, sostenido por Su gracia y guiado por el Espíritu Santo.
No es instantáneo ni sencillo, pero es real y posible porque Él mismo nos llama, nos guía y nos transforma.
Antes de terminar, te invito a detenerte un momento para reflexionar:
¿Dónde estás?
Pídele al Espíritu Santo que te muestre la verdad.
Déjalo encontrarte.
Mi oración es que hoy escuches Su voz llamándote —no con juicio, sino con amor— con la misma pregunta que resonó en el Jardín del Edén:
¿Dónde estás?
Y que, en lugar de esconderte, corras a Sus brazos.